miércoles, 2 de abril de 2014

La Familia de Ukeleles en el Planetario



Esta tarde no hubo fuerza en los rayos y yo pensé que esa es la manera en la que el astro nos exhorta por vivir tan (pero tan) lejos de la paz. Sin embargo, La Familia de Ukeleles convocó a un encuentro vespertino en el Planetario y la mística que se generó me dio esperanzas. Acústicos como es su costumbre, pero sin paredes que pudieran contener sus canciones, los músicos llevaron su sonido al amparo de los árboles del Parque 3 de Febrero.

Acoplando sus canciones al ruido ambiente de palomas volando, aviones cruzando y gansos de tránsito, la pequeña orquesta contagió su alegría a la par que volvió a deslumbrar a quienes desde las lonas extendidas sobre el pasto aplaudían el sonido de la guitarra resofónica de Diego Pozzi, la encantadora voz de Melisa Muñiz, el amparador contrabajo en los dedos de Damian Manfredi, la creativa percusión de Fideo Capdeville, la destreza en las cuerdas de Adrián Capresi y la vivacidad sonora de Matías Martinelli.

Tocaban las canciones de siempre, que finalmente encontraron hogar en el primer disco de estudio de esta maravillosa banda. Todo venía bien, sonando lindo, oleadas de energía que iba y venía. Pero algo inesperado me quitó el aliento: de repente, del público emergieron muchísimos ukes que se unieron armoniosos. Una sensación de alegría abrumadora abrazó el encuentro. Compartir, invitar, unir, trascender.

Seguramente de esto se trataba ese flashmob que desde las redes agitaron. Y de todas las cosas maravillosas que los vi hacer en este tiempo, ésta está entre las más lindas y vívidas. Que la creatividad les valga, y las ganas de compartir e incluir. Ese mágico momento donde borran las diferencias público-artista para compartir lo que son. Me llevo eso, que me devolvió lo que pensé perdido. 

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