lunes, 30 de junio de 2014

Nacen las noches más hermosas - Sombrero + Los Tabaleros en El Quetzal


Hay días que son detenimiento. De esos días nacen las noches más hermosas. Y de las personas que pueblan esos momentos florecen las canciones mejores. Hay lugares propicios para esos sucesos. Estupendos rincones como El Quetzal, donde los encuentros son reencuentros, cuando nos cansamos de seguir dándole vueltas a la pista equivocada, ahí aparecemos. Nosotros, los de ahora, en los lugares de siempre con la música del futuro. Aunque el sonido sea más viejo que las montañas, más viejo que los pesares y que las lunas llenas.

Mandolina andina, pezuñas, trompeta, poncho y, lógicamente, sombrero. Hasta ahí, la fascinación es visual. Como una foto en movimiento que lleva un tiempo asimilar entera. Usar como excusa la celebración del solsticio y despacharse con un puñado de canciones que hacen las delicias del show. Como poseída, sucumbo a su rito y estoy cantando el estribillo matrero. Su sonido es místico, aunque pueda decir de Sombrero western andino sin estar mintiendo. Un recital colmado de sensaciones, donde elevarse unos centímetros del piso parece natural. Gana un disco mi batea, bunker sonoro donde refugiarme hasta el próximo Inti Raymi.

Sin titubear, ahí nomás en ese espacio que se abre entre la vigilia y el sueño, están a punto de pasarse de la raya pero no, siempre en la cornisa. Por eso será que siento sus canciones tan familiares, como fuego que roza y no quema. O será porque yo también tengo adentro un niño muy perdido. Del mismo modo, en el sentido contrario, Los Tabaleros clarean con una ajena (“Cariñito” fue la despedida sombrera) y sin apuro pero sin pausa, despliegan su repertorio. Sexy huaino, niño-huaino, cachondo-huaino, cueca y la voz de Jose que tiene la potencia de todos los participantes de todas las domas gauchas de todos los pagos del país. Beto da tregua y dedica a “corazón sentido” un clásico de la banda más zarpada de la escena, es que sólo ellos pueden doblarte el cuello y abrirte con su puñal. Decí que cargar el cuerpo un día más les da fastidio. Así las cosas, en ese clima de divertimento que tan bien sabe propiciar, el final va llamando a la puerta, pero mejor que no se vea, porque un avión de papel está por bajar las escaleras y aterrizar sobre los jazmines del país que están tapando las manchas de humedad.

Hay días que son detenimiento. De esos días nacen las noches más hermosas. Y ahí se aprenden las verdades que perduran: Tu dios es parecido al mío, pero sólo cuando está feliz. 

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