martes, 22 de julio de 2014

Los Grillos del Monte en El Universal



La calidez es independiente de los factores obvios. Por supuesto que no depende de la latitud, porque por estos lares se está muy a gusto mientras los músicos se acomodan. Tampoco de la orientación del relieve, porque el escenario parece corrido de lugar, y sin embargo se ve asomar una llama a punto de encenderse. Mucho menos de las corrientes marinas ni de la dirección de los vientos planetarios, acá late calentito todavía el aire que dejó resonando el folklore que se fue.

En El Universal siempre se está bien. Será el patio que da aire nuevo y fresco, o las sillas dispares que hacen pensar en el jardín interno de la tía Nélida. Será el vino en botella, que después y en el mejor de los casos, va a ser maceta. Serán las ganas de hacer de éste un espacio auténtico, y la eficacia de ese esfuerzo. Estas reflexiones mantienen aislada mi mirada precisa, pero cuando desnudan al contrabajo algo me arrastra hasta el centro del Universo, al punto de percibir el movimiento de nutación justo cuando la oscilación inclina el eje de la Tierra.

Los Grillos del Monte ya están listos, y se largan sin más. Su calidez lo hace parecer un show en el living de tu casa, sólo que esta vez los que tocan son verdaderos instrumentistas, cantautores de la escena independiente que definitivamente saben hacer muy bien lo que hacen. La lista de temas versa en el equilibrio, y además de algunos propios del cuarteto también interpretan algunas canciones de los otros proyectos musicales que los competen. Lo hacen con dinamismo, con la fluidez de los que encontraron en los acordes el camino, con gracia y encanto. Con calidez.

Como una caricia nacida tras las sierras, el cuarteto se fusiona en el punto justo, y el resultado es una porción de canciones exquisitas. Se arriesgan al acústico. Nada enchufado, no los instrumentos, no los cables ahorcándolos. La conexión es más bien invisible, pero tan perceptible y real como el bandoneón de Tomi Lebrero arrugándose y estirándose, como la guitarra del Gnomo con su puente chanfleado, como Faca haciendo percusiones celestiales o la silueta de Jano abrazando el contrabajo. De cuando en vez, cambian de lugar y de instrumento, pero tan armoniosamente que apenas se percibe la traslación del movimiento. Llega el final, la promesa de la pronta edición del disco, la calurosa despedida. La calidez queda en el éter. Yo voy atrás de esa fascinación, yo quiero estar atrás de esta fascinación. 

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